Universidad de Illinois
(por Alejandro el 12 de noviembre de 2014 01:36 PM )James Pellegrino, académico de la Universidad de Illinois, explica cómo ha cambiado la visión de la enseñanza, que pasó de depender de la memoria individual a darle más cabida a la idea de aprender en grupo y con apoyo de la tecnología.
Por muchos años se pensó que la Tierra era plana. Hasta hace poco hubo consenso en torno a la idea de considerar a Plutón como un planeta y la posibilidad de hallar rastros de agua en Marte se veía como lejana.
Los ejemplos astronómicos son solo uno de muchos descubrimientos que en el último tiempo han permitido cambiar ciertos paradigmas que el hombre consideraba como certeros. Son también una de las formas que tiene James Pellegrino de explicar aquello que se repite en su discurso: eso que se aprendió un día, puede estar obsoleto al siguiente.
“Gran parte de lo que sabemos de la naturaleza del conocimiento es que esta está siempre cambiando. Por eso memorizar algo dejó de considerarse la forma más productiva de contribuir como ciudadano”, explica el director del Instituto de Investigación de las Ciencias del Aprendizaje de la Universidad de Illinois, en Estados Unidos.
De visita en Chile para participar como expositor de la conferencia “El futuro del trabajo y la educación”, que realiza hoy el Centro de Investigación Avanzada en Educación de la Universidad de Chile (CIAE), junto con la Municipalidad de Lo Prado, Pellegrino -también miembro vitalicio de la Academia Nacional de Educación de su país- comentó qué cosas cree que representan un aprendizaje productivo en las escuelas y universidades en el mundo.
“Antes de llevar a los alumnos a memorizar y repetir, lo importante es despertar su capacidad de pensamiento y razonamiento”, dice cuando se le pregunta cómo enseñar cuando no hay certeza de los inventos y las profesiones que podrían existir en otros veinte años.
De esta forma, antes de pedir a los estudiantes que sean capaces de recitar una serie de datos sin equivocarse, el académico considera importante que los profesores sepan transmitir las ganas de querer conocer más sobre algo. Alentando la curiosidad, se vuelve más fácil que los alumnos después indaguen y quieran entender las cosas por su propia cuenta.
Flujo continuo
La primera cosa que Pellegrino sugiere para alentar estas ganas de aprender, es que se fomente el trabajo en grupo.
“El aprendizaje nunca ha sido una cosa individual. Es un acto cognitivo netamente social, donde es importante compartir unos con otros para llegar a cierto entendimiento. Si la vida misma consiste de actos individuales y colectivos, entonces en la sala de clases no tiene sentido dejar de lado el diálogo y la comunicación con la que tantas veces nos desenvolvemos cuando estamos fuera de ella”, explica el profesor.
Su siguiente consejo es llevar a la práctica aquello que se enseña en el aula, saliendo de vez en cuando a ver en qué se está aplicando la teoría que se aprendió en Matemática o en Biología, por ejemplo. En otras ocasiones conviene sacar provecho de la tecnología (ver recuadro) y generar simulaciones digitales de conceptos más abstractos, como los que se enseñan en clases de Física o Química.
La idea de usar la tecnología para visualizar las cosas de forma más clara también debe aplicarse a las evaluaciones, sugiere Pellegrino. “Introducir tecnología en la sala ayudaría a dejar de lado las pruebas estandarizadas que tenemos ahora”, explica. Su idea apunta a que se puedan evaluar comportamientos y aprendizajes de manera más natural, sin tantas observaciones programadas y exámenes de unas pocas horas.
Así por ejemplo, en países como Estados Unidos ya se trabaja generando sistemas de reconocimiento de voz, capaces de capturar los mensajes que se transmiten en el aula. Prácticas como estas -que el mismo CIAE ha probado en algunos establecimientos chilenos- después permiten analizar la interacción entre maestros, alumnos y compañeros. Quién es el estudiante que más participó, el que tuvo más dudas respecto a ciertos contenidos o el niño al que el profesor hizo menos preguntas son algunas alternativas.
“Espero que en unos años este tipo de información esté disponible de forma más natural. De hecho, para describirlo uso una analogía: si antes era común que los negocios dedicados a las ventas cerraran una o dos veces al año para hacer su inventario, hoy son pocos los que continúan con esta práctica. Lo común es escanear con códigos de barra lo que entra y sale de las tiendas; existe un método que permite monitorear de forma constante. Esta idea del flujo continuo de información es hacia donde debiesen apuntar los ambientes de aprendizaje”, reflexiona Pellegrino.
Maestros sin miedo
“La tecnología en sí no es la solución a los problemas de la sala de clases. Finalmente importa lo que se termina haciendo con ella, si se logran adaptar o no las herramientas que la innovación entrega, para así atender a las necesidades de los estudiantes y del profesor”, dice James Pellegrino. La recomendación del director del Instituto de Investigación de las Ciencias del Aprendizaje de la Universidad de Illinois es que los establecimientos educacionales no solo se preocupen de comprar tecnología, sino que dediquen recursos a capacitar a sus profesores para que sepan sacarle provecho.
“No basta con decir que tienes un programa. Hay que poder afirmar que tus maestros no están asustados de incluir estas plataformas entre sus métodos de enseñanza”.
FUENTE EL MERCURIO.
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